Mtra. Diana Gamboa Aguirre
Hace algunas semanas, Arturo Pérez-Reverte compartió un texto de opinión que invita a la reflexión. Particularmente de cara a una serie de ideas relacionadas con la mujer y su realidad que rodean el pensamiento contemporáneo. En su artículo titulado: “Ser mujer es un asco”, valiéndose del sarcasmo, Maite Rico pone en evidencia la nula practicidad de múltiples “exigencias de género” que se hacen valer hoy en día.
Inicia su columna con un reclamo disfrazado de cumplido, que deja ver el desagrado por las ideas que abandera cierta política española: “No me explico cómo hemos sobrevivido las mujeres sin Irene Montero”. Y, después, con todas sus letras refiere que: “El verdadero feminismo ha llegado para convencernos de que ser mujer es una auténtica mierda”. Me disculpo, pero la reiteración literal refleja un hartazgo en el que me quisiera detener.
A todo esto, Irene Montero es una política y psicóloga española, que se desempeña como “Ministra de Igualdad” del Gobierno de España desde enero de 2020. En tal contexto, Maite Rico, en una evidente crítica a las recientes “luchas” de Montero, que encuentran en el feminismo su bandera justificativa, refiere:
Creíamos haber avanzado razonablemente, pero estábamos ciegas. Nunca ser mujer fue tan difícil. El sexo femenino sigue en su sitio, pero no existe, es un constructo. Todo en nuestra vida es un problema. Jugar con muñecas. El color rosa. Estudiar historia o medicina en lugar de computación. Vestirse (la moda mal). Acicalarse (depilarse mal) … […]
Y ahora la menstruación. Equiparada a una enfermedad inhabilitante. El dolor de ovarios de toda la vida, combatido con analgésicos, será una “incapacidad temporal especial costeada por el Estado”, se ufana Montero […] Curiosa manera de “normalizar” un hecho fisiológico. A partir de hoy, toda mujer sana será por ley una potencial enferma recurrente” […]
…bueno, queridas, es hora de reconocer que estábamos equivocadas. Tenemos que asumir que somos víctimas…
Gracias Irene por hacernos ver nuestras severas limitaciones.
Un planteamiento ácido que demuestra una profunda y comprensible molestia frente a la visión feminista contemporánea que predomina en el debate público. Desde Emma Godoy en “La mujer en su año y en sus siglos” no había leído una crítica tan severa al feminismo.
Si bien no coincido absolutamente con Maite, ni con mi admirada Doctora Godoy, me parece que el texto descrito es una invitación a formularnos e intentar responder algunas cuestiones de absoluta relevancia.
¿Ser mujer es tan terrible como lo pintan Irene Montero y tantas otras autodenominadas “feministas”? Yo creo que no. Como toda experiencia humana, ser mujer tiene sus complicaciones, pero ¿es tan terrible como para asumir -sin mayor reflexión- que ser quien soy me convierte automáticamente en una persona “oprimida”?
Es indudable que la vida, en su compleja integralidad, se encuentra plagada de dificultades. Algunas más severas que otras, sin duda, pero de ninguna manera la adversidad es -ni ha sido- exclusiva para las mujeres.
Si bien la autora en cita se enfoca en Montero, me parece que, lo que subyace a sus ideas, es una crítica válida a la visión de la realidad que transmiten diversas congéneres que se asumen como feministas. La idea de que cualquier potencial obstáculo en nuestra existencia es un indicativo de “opresión” y debe ser removido o -al menos- reducido, lleva inmersa una premisa escondida que me parece cuestionable: la idea de que las mujeres somos víctimas a priori.
No se me mal entienda, apreciable lector, no estoy diciendo que ser mujer es pan comido o una experiencia sencilla. Sin embargo, me parece que asumir una perspectiva de víctima eterna frente al enemigo etéreo e indeterminable al que algunas llaman “patriarcado” no solo es miope frente a la realidad histórica de la humanidad en su conjunto, sino también frente a la belleza que representa pertenecer al sexo femenino.
Ser mujer conlleva una potencialidad natural única en el contexto de la reproducción humana: la maternidad. La configuración corpórea necesaria que nos permite ser el único salvoconducto apto para que el individuo humano pueda desarrollarse en la primera etapa de su existencia.
¿Estamos obligadas todas las mujeres a ser madres? No, pero somos las únicas dentro de nuestra especie que tenemos ese potencial. Por más mutilaciones, cirugías y hormonas que un hombre consuma, jamás podrá ser apto para gestar, pues su participación en la reproducción humana, aunque escencial, no es comparable con la labor que lleva a cabo la mujer.
Increíblemente, para Montero y quienes comparten sus ideas bajo alguna de las múltiples versiones del feminismo, la maternidad es esencialmente un estorbo. Un gusto que algunas mujeres pueden darse. Irónicamente para ese grupo de mujeres, terminar con la vida de nuestros hijos en gestación es un “derecho” del que somos titulares.
Puedo decir sin duda alguna que la maternidad es la experiencia más única y compleja que he vivido como mujer. Pero también, la mas hermosa. Una responsabilidad enorme y trascendental que, especialmente en la etapa inicial, se traduce en asumir como propia la subsistencia de un ser indefenso e inocente que no puede subsistir por sí mismo.
El cuerpo de una mujer durante el embarazo se esfuerza a niveles comparables con un atleta de alto rendimiento, su posibilidad de morir aumenta enormemente -especialmente en países en desarrollo-. Y, después del nacimiento, viene un proceso de ajuste existencial que difícilmente puede explicarse en palabras.
Ahora bien, si la evidencia nos muestra con claridad aquello que nos hace notoriamente únicas dentro de los miembros de la familia humana, ¿por qué asumirnos como víctimas y no como seres fundamentales y necesarios para la subsistencia de nuestra especie?
Parece que Montero y sus secuaces parten de un error de diagnóstico y, por ende, de soluciones. No somos víctimas, somos una pieza fundamental del engrane social y ser madres es una potencialidad única que jamás debe asumirse como un estorbo o una carga.
Bajo la premisa de que la maternidad es exclusiva de las mujeres y un elemento necesario para la subsistencia humana ¿cómo ayudamos para que se deje de entender este hecho natural como una carga imposible de sobrellevar?
Podemos, como propone un sector del feminismo, facilitar que las mujeres terminen con la vida de sus hijos en gestación y decirles que hacerlo las empodera. El mensaje es claro: sacrificar aquello que te hace única te hace “poderosa” y te permite “competir” en “igualdad” de circunstancias con los hombres en el ámbito profesional.
¿No será mejor apreciar y valorar aquello que nos hace únicas? ¿Pensar e implementar políticas públicas que permitan a la mujer una vida plena compatible con la maternidad? Pienso, por ejemplo, en licencias de maternidad prolongadas con subsidio estatal que, por un lado, permitan a la mujer disfrutar su maternidad y lactancia y, por su parte, que faciliten al patrón sobrellevar la carga económica respectiva. Habilitación para trabajar en casa, cuando el tipo de empleo lo permita. Fomento a la paternidad responsable.
Alternativas de política pública que mejoren la vida de las mujeres puede haber muchas. Pero, mientras feminismos como el que abandera Irene Montero monopolicen las causas de “las mujeres” y desdeñen la maternidad como aquella potencialidad natural que nos hace únicas y necesarias para la subsistencia humana, seguiremos ocupadas siendo víctimas del color rosa, el lenguaje, la menstruación y hasta de la propia maternidad.
Mujer: eres valiosa, única y esencial para la supervivencia de tu especie. No caigas en el engaño victimista de quienes, por un lado afirman que buscan lo mejor para ti, mientras te califican como inferior por el simple hecho de ser quien eres.