¡No más arcoíris laboral! | Paréntesis Legal

Por Alix Trimmer

 

Estamos en junio, mes del orgullo y en pleno 2023, tengo que decir que estoy harta del arcoíris.

Estoy harta de la visión laboralista del orgullo, tenemos una Ley Federal del Trabajo que pugna por la igualdad, la no discriminación, la igualdad de oportunidades y es evidente que la realidad es algo diferente.

Hace algunos ayeres, ser una persona perteneciente a las poblaciones de la diversidad sexual y/o de género, implicaba vivir en el closet, o al menos, no ser demasiado visible, demasiado transparente, ya que “el mundo no estaba preparado”.

A costa de luchar, de manifestarse y de gritar fuerte en favor de la libertad, poco a poco conseguimos llegar a más espacios, abrir puertas y que nuestras exigencias de respeto sean, al menos, escuchadas.

Y sin embargo, la libertad de ser, a pesar de la violencia, la discriminación y los crímenes de odio, nos duró muy poco. El orgullo se ha comercializado.

Cada junio veo solicitudes de pláticas (gratuitas, por supuesto) para hablar de diversidad (como si ésta fuera sinónimo del acrónimo LGBT+), marcas que se colorean de arcoíris, colectivos que buscan su presencia en la marcha abordo de carros alegóricos con personalidades de la farándula. Y lo veo en esos espacios de trabajo que, en el día a día, permiten que en sus filas exista violencia en contra de las personas pertenecientes a las disidencias. Es evidente que mi hartazgo es consecuencia de esto.

La libertad de ser quienes queramos ser, de visibilizarnos en los espacios laborales, debe ser más que pertenecer a un comité de diversidad o alianza “LGBT+”, ser libre en los centros de trabajo es tener políticas reales de inclusión, que la vida al interior garantice la inclusión real de todas las personas, es tener baños neutros, es crear documentos laborales hechos en lenguaje incluyente y no sexista, es mucho más que poner el logo de colores.

La Organización Internacional del Trabajo, a través de diversos instrumentos jurídicos ha procurado que los espacios laborales sean espacios libres de violencia, se ha remarcado la importancia de permitir que todas las personas, en igualdad sustancial y distinciones particulares, que les ayuden a sobrepasar las barreras que tienen o les han sido impuestas, se integren al mercado laboral y se desarrollen en la medida de sus intenciones.

El mes del orgullo es un pretexto para visibilizar la causa, pero no puede ser el único momento, ni los presupuestos al interior de las organizaciones deben centrarse en la obtención de mercancía multicolor; el respeto e inclusión de las poblaciones de la diversidad sexual y/o de género es una prioridad urgente y necesaria.

El artículo primero constitucional señala que está prohibida toda discriminación y enumera, enunciativa mas no limitativamente, las causas por las que alguien podría sufrir discriminación: origen étnico o nacional, género, edad, discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, opiniones, “preferencias sexuales”, estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.

Aunque el artículo señalado, erróneamente indica que no se puede discriminar por “preferencias sexuales” siendo lo correcto hablar de “orientación sexual”[1], el hecho de que sea el primer artículo del ordenamiento nacional más importante de nuestro país, debería mostrar a quienes habitamos México, que las causas de la diversidad son (o deberían ser) eje rector de las políticas públicas, de la protección por parte de las autoridades y de la consideración social.

Triste es que a pesar de los esfuerzos legales y normativos, la realidad sea otra, que quienes pertenecemos a las disidencias sigamos siendo blanco de insultos, de golpes, de terapias de conversión, de homicidios.

Con todo eso, ¿de verdad tenemos que aplaudir a una sociedad que se viste de colores por un mes?

[1] El término correcto es orientación sexual ya que fue establecido por la Organización Mundial de la Salud, haciendo referencia a la capacidad de las personas de sentir una atracción erótica y/o afectiva por personas del mismo o diferente género al suyo, o de más de un género o de una identidad de género, así como la capacidad de mantener relaciones íntimas y sexuales con estas personas.

La orientación sexual no se decide; es algo que cada persona descubre conforme vive y que no puede modificar, aunque puede decidir no actuar y vivir conforme a ello.