Alix Trimmer
2023, pasando la pandemia, en el resurgimiento económico de las naciones, en un contexto que replanteó y reposicionó la valía de las personas (recursos humanos) y con un contexto generacional (no es exclusivo, pero mayoritariamente) de interés humano en la diferencia, el concepto de “diversidad” ha tomado un lugar central en la conversación.
Diversidad, para la RAE (esa institución a la que tantas personas se arraigan como si dictara la razón de ser de nuestra realidad) es variedad, desemejanza, diferencia; en otro significado también es abundancia, gran cantidad de varias cosas distintas.
Nada de la definición (ni siquiera viniendo de la RAE) refleja jerarquía, bondad o maldad, mucho menos exclusión o desvalorización. No es un concepto nuevo y, evidentemente, tampoco es una mala palabra.
En ese contexto, resulta extraño pensar que en pleno 2023 el concepto de diversidad siga siendo el estandarte para hablar de todas aquellas personas que son diferentes de la mal llamada “normalidad”.
Es cierto que el ser humano, por naturaleza, busca pertenecer, agruparse, encontrar semejanzas con otras personas y considerar que son integrantes de una misma colectividad. Bajo ese lente, tiene lógica que los grupos, al identificarse vean al resto como otredad, lo que no tiene lógica alguna (o, más bien, no debería tenerla) es que esa distinción implique un valor distinto, una razón para discriminar o para dar un trato menos humano.
Hablar de diversidad en el contexto actual implica también distinguir que, aunque lo parezca, diversidad no solamente es comunidad LGBT+, diversidad tampoco es, en exclusiva, hablar de la presencia de mujeres en una organización, ni siquiera diversidad es hablar de personas con discapacidad; diversidad somos todas las personas.
Existe tanta pluralidad y diversidad como seres vivientes habitamos el planeta: distinta morfología, distintas ideas, antecedentes, proyecciones y planes, diferentes visiones, neurodiversidad y neurodivergencia, habilidades, expresiones e identidades de género, orientaciones sexuales, raza, etnias, contexto socio-cultural, educativo y familiar; la lista podría seguir al infinito solo para notar todo cuanto podemos ser diferentes las personas.
Resumido de una manera simple y poética, diversidad es reconocer que todas las personas somos distintas, que no hay dos personas iguales y es precisamente en eso es que todas las personas nos parecemos.
Llevando el concepto un poco más lejos, diversidad termina siendo sinónimo de naturaleza humana, sinónimo de persona y, sin duda, sinónimo de existencia.
Hablar o escribir de diversidad tiene además todo que ver con el derecho laboral, puesto que es precisamente en los espacios de trabajo que se ha puesto de moda hablar de diversidad y otros temas semejantes, sin embargo, éste es un buen momento para notar también que hacer caso de los temas de diversidad no es extraordinario, tampoco es necesariamente progresista y definitivamente no amerita recibir un premio. Tomar en consideración los temas de diversidad en nuestra actualidad es respetar los derechos que tienen las personas por el simple hecho de serlo.
De alguna manera, los derechos humanos son parte del marco que delimita el concepto de diversidad y su relación con el propio derecho del trabajo, ya que todas las personas que en algún momento se conviertan en trabajadoras o patronas, son integrantes de esa diversidad y es obligación del Estado reconocer y garantizar los derechos que como individuos diversos y colectividades les pertenecen.
El concepto de diversidad es engañoso, no porque no importe, sino porque tenemos que darlo por hecho, asumirlo, reconocernos como parte integrante del mismo para entonces avanzar a otros temas más urgentes e importantes. La diversidad EXISTE, nos guste o no, nos identifiquemos como parte de la misma o no.