Carla Elena Solís Echegoyen
“…por la tarde al marchar, miradas apagadas, rodillas rotas, sumisa, sin una palabra; en tus labios humildes y pálidos se leen la obediencia al duro orden y el esfuerzo sin esperanza…”
Una joven rica. Simone Weil
Como bien sabemos, nuestro ideario colectivo a nivel mundial no concibe la democracia sin partidos políticos, incluso aunque han existido dictaduras perfectas[1] en las que un sólo partido hegemónico es capaz de sostener el poder durante 70 años, simulando que existe un sistema de elecciones y una posibilidad de alternancia.
En esa línea de evolución democrática, en nuestro país podemos decir que hoy conocemos la alternancia y se convirtió en un ejercicio que incluso ha sido entendido como una posibilidad de castigar a aquel gobierno en turno que no correspondiera con la necesidad de la población que lo eligió.
Sin embargo, a partir de estudios como los del último informe de Latinobarómetro 2023 y sus conclusiones, México sufre una pérdida de apoyo a la democracia entre 2020 y 2023 desde el 43% al 35% (ocho puntos porcentuales)[2]; si buscamos las causas, este mismo estudio nos arroja luz con la pregunta ¿funcionan bien los partidos políticos? en donde el 63% nos dice que no; y con una muestra interesante de la concepción de la democracia, la población mexicana nos señala que únicamente el 36% de la muestra considera que “sin partidos políticos no puede haber democracia”.
El desafío al que se enfrentará nuestra población en la elección de las personas juzgadoras consiste en votar 881 cargos, con múltiples candidaturas; además, en efecto, no son cualquier cargo: son las personas que tendrán en sus manos la justicia. En términos mundanos implica mucho más, porque ellas decidirán si va a entrar a la cárcel o no el violador o si saldrá de ella la persona inocente.
Lo interesante aquí es que sólo contarán con sus propuestas para darse a conocer; no existirá la etapa de precampaña, sólo sesenta días de campaña, ni un solo peso de financiamiento público, pero sí fiscalización y tope de gastos y además sin afiliaciones a partidos políticos; lo único que necesitamos, porque así nos lo dejan claro las legislaturas en los acercamientos que han tenido con el Instituto Nacional Electoral, es del arbitraje de esta institución.
Los cuestionamientos relacionados con una democracia de partidos políticos no son novedosos, el ejemplo más concreto es que desde hace varios años esta problemática adquirió el nombre de partidocracia[3].
Su origen, en términos concretos podríamos ejemplificarlos mediante Virgilio Ruíz Rodríguez, que nos lo señala de la siguiente manera:
Los actores políticos generalmente perciben los principios políticos como instrumentos para alcanzar ciertos fines, teniendo presente al mismo tiempo, que la política es de oportunidades y conveniencias. Entienden y desarrollan su actividad como un juego de oportunidades y conveniencias. Entienden y desarrollan su actividad como un juego. Forman alianzas tácticas y, cuando tienen éxito se reparten el botín con sus aliados [as]. Ciertamente tienen conciencia de que deben acatar las reglas, más se concentran en sus propios objetivos. Por consiguiente, obedecen los mandamientos establecidos en un caso particular solamente si este proceder propicio y favorece sus metas generales.[4]
La ácrata francesa Simone Weil, ya nos lo preguntaba en su obra “Notas sobre la Supresión General de los Partidos Políticos”, los partidos políticos, “¿No son acaso el mal en su estado puro o casi puro? Si son el mal, es cierto que en la práctica solo pueden producir mal”[5], incluso nos reprocha severamente que la democracia y el poder de la mayoría no es un bien en sí mismo, sino un medio para alcanzar el bien; podemos decir que implica que la mayoría, contrario a lo que algunas personas sostienen, siempre tenga la razón ni justifica un Estado que permita campos de concentración o la permisión de la tortura, nos recuerda: sólo lo que es justo es legítimo; y un querer injusto, aunque sea común a toda la nación, nunca será superior al querer injusto de una persona.
De ahí que la anarquista francesa nos dice también que los partidos políticos tienen como características ser: una máquina para fabricar pasión colectiva; una organización construida de manera que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada una de sus personas militantes; y, su única finalidad es su propio crecimiento, sin ninguna limitación.
Como bien sabemos, la prudencia es la virtud por excelencia para Aristóteles y no hay nada más lejano a ella que la pasión de las personas. Así, si los partidos políticos son estas máquinas para generar pasión colectiva, no hay nada más contrario a la virtud, por lo que incluso como afirma Simone Weil, suprimir a los partidos políticos, no podría ser otra cosa que hacer el bien puro: “… es que la institución de los partidos políticos parece constituir un mal casi sin mezcla. Son malos en principio, y prácticamente sus efectos son malos. La supresión de los partidos sería casi un bien puro”[6].
En este punto de reflexión, contrario a lo que nuestros partidos políticos sostienen, no basta la mayoría para saber gobernar ni para alcanzar el bien común, sino que primero deberían saber qué es el bien común, cuestión que, por sus características, no van a poder conocer porque en esencia no forman parte de sus objetivos; ¿o alguien va a negar las coaliciones, pactos y abrigo incluso a políticos o políticas que la ciudadanía ya repudió como delincuentes?
Además, como se ha expuesto, la idea de que los partidos políticos son necesarios para la democracia queda del todo obsoleta gracias a que se podrá en práctica, mediante la reforma judicial, esta elección de personas juzgadoras sin partidos políticos. Demanda o exigencia que nos viene a bien como población mexicana, porque como lo citamos en la encuesta, ni las mexicanas y mexicanos estamos contentos con los resultados de la democracia, ni creemos que sean necesarios los partidos políticos para llevarla a buen término.
Acertadamente, nuestro país se suma a los debates más apasionantes y acráticos y le concede de manera inédita un ejercicio único y neutral para resolverlo y deshacerse por completo el percudido sistema de los partidos políticos, entendiéndose que, si éstos tocan o se acercan a las y los candidatas, los mancharán con su maldad.
Podemos y deberemos caminar tranquilas y tranquilos a las urnas, posiblemente estamos viendo el fin de la partidocracia mexicana, citando a Simone Weil: “El hecho de que existan (los partidos políticos) no es un absoluto motivo para conservarlos”[7].
[1] Como sostuvo Mario Vargas Llosa https://youtu.be/iu60OuwuZtg?si=ImQEvUBijPpKeAUc
[2] La recesión democrática en América Latina, página 28, consultable en https://www.fundacioncarolina.es/wp-content/uploads/2023/11/Latinobarometro_Informe_2023.pdf
[3] La partidocracia ha sido definida como “el vicio consistente en la desviación de las actividades normales y ordinarias de los partidos en una democracia (…); esto ocurre cuando los partidos fomentan prácticas clientelares, destinan los recursos de los ciudadanos[as] que reciben del erario a finalidades distintas de las previstas y pueden, en casos extremos, llegar a aliarse con sectores contrarios a los principios democráticos y encabezar la construcción de regímenes violatorios de los derechos humanos.” Cárdenas, Jaime, Partidos Políticos y Democracia, INE, 2016, p. 12
[4] Democracia o partidocracia en México, Ruiz Rodrigo, virgilio, página 43, consultable en https://revistas-colaboracion.juridicas.unam.mx/index.php/juridica/article/viewFile/35057/31981
[5] Weil Simone; Notas sobre la supresión general de los partidos políticos, editorial Elejendría, pág. 5,.
[6] Op. cit., pág. 18.
[7] Op. Cit., pág. 5.