Lenguaje claro en escritos legales: 10 consejos para lograrlo.
Lic. Raymundo Manuel Salcedo Flores
Uno de los problemas a que se enfrentan los justiciables cuando tienen su primer acercamiento con el sistema de justicia tiene qué ver con la comunicación; los abogados solemos utilizar una serie de términos que pueden no ser muy entendibles para del grueso de la población.
Demandas extensas, sentencias interminables, transcripciones innecesarias; a veces pareciera que entre más abigarrado, churrigueresco y decimonónico sea el lenguaje que se utilice en los textos legales, se ganará el asunto.
Los antiguos escribanos utilizaban formas garigoleadas para escribir, al tiempo que duplicaban algunas letras y todo eso era sinónimo de su basto conocimiento que les permitía escribir de esa forma; así podemos encontrar textos con locuciones como “yglesia”, “magesttad”, etcétera. Esos tiempos quedaron atrás cuando, en el siglo XVIII, surgieron las reglas ortográficas y gramaticales.
Las nuevas tecnologías han ayudado mucho a la cita completa de jurisprudencias, doctrinas, artículos legales, puesto que es sumamente fácil introducir estas citas y agregar textos preparados previamente. El uso de los llamados “machotes” o formularios se ha vuelto cada vez más común en la medida en que incluso los podemos descargar de internet.
La queja generalizada es, paradójicamente, sentencias y acuerdos extensos, en el caso de los postulantes, así como demandas y recursos interminables, en el caso de los secretarios, jueces y magistrados. Así, se ha llegado al extremo de tener que emitir sentencias en formato de “lectura fácil”, lo que ya implica que la sentencia “normal” sería de lectura difícil.
El hecho de que tengan que existir, y cada vez más, sentencias de lectura fácil y comunicados por parte de órganos como la Suprema Corte o el Consejo de la Judicatura Federal, que pretenden condensar la información que se contiene en sus resoluciones, ya demuestra la seria deficiencia del sistema de comunicación que empleamos los operadores del derecho.
Esto no quiere decir que debemos prescindir de las sentencias en formato de lectura fácil, pues hay casos en los que se amerita que exista una sentencia de ese tipo, pero lo ideal sería que esto ocurriese sólo en los casos excepcionales en que el justiciable involucrado necesita una lectura menos técnica para entender la decisión que se tomó.
Encaminarse a un sistema de lenguaje claro es posible; esto, claro está, sin dejar de lado el lenguaje técnico jurídico, que es necesario en muchos casos; como decía el ministro en retiro José Ramón Cossío Díaz, no se puede prescindir del lenguaje técnico, puesto que, si la figura jurídica (por ejemplo) se denomina “prescripción positiva” o “usucapión”, no podemos dejar de usar esos términos que son los técnica y jurídicamente correctos para referirse a esa institución jurídica. (El primero de ellos sería discutible por Gutiérrez y González, pero ese es otro tema).
Hay autores, como Sergio Esquerra, que sostienen que el peor agravio o concepto de impugnación es el que no se hace valer, y eso es cierto; pues sería negligente de parte de un abogado el no hacer valer todos los argumentos que puedan beneficiar a su cliente; al tiempo que es necesario que exista la exhaustividad de las resoluciones judiciales, por la cual se deben resolver todas las cuestiones efectivamente planteadas.
Así, el punto del lenguaje claro no es reducir indiscriminadamente las palabras y párrafos que se escriben en un texto legal, sino dar mejor sentido a todas y cada una de las expresiones utilizadas. El objetivo es este: escribir todos los argumentos que se vayan a utilizar, en el menor número de palabras posible, de tal forma que cualquiera que lo lea, lo pueda entender.
El reto de escribir de forma clara y comprensible implica que cualquier persona que lea nuestro documento, que conozca el idioma y tenga una comprensión lectora aceptable, pueda entenderlo sin necesidad de que un profesional del derecho le dé una cátedra de ciertas instituciones jurídicas para que lo pueda entender. En el fondo, que el justiciable pueda entender por sí mismo lo que el abogado y el tribunal escribieron.
A veces se cree que si se escribe de forma concisa se caerá en vacíos que a la postre nos cuesten el asunto si somos postulantes, o el trabajo, si somos servidores públicos. De esta forma, me propuse dar diez consejos sobre cómo transitar al lenguaje claro y no morir en el intento:
- Usar palabras que estén en el diccionario no basta, se debe seleccionar la palabra que transmita correctamente la idea deseada y que sea de fácil entendimiento para quien lea el texto.
- Antes de iniciar la redacción, anota las ideas principales de lo que escribirás. Si debes promover un recurso, leer bien el acto que se impugnará es fundamental. Yo recomiendo usar un pizarrón o una hoja de papel.
- La redacción debe fluir con naturalidad, si estamos molestos, cansados, frustrados o nuestro estado de ánimo no es el mejor, redactar no será buena idea.
- Evita el uso de los gerundios (palabras terminadas en -ando, -endo), muy comunes en el gremio legal, pero impropias para expresar algo más que una crónica.
- Los verbos van en pasado simple o en presente, no hay otra. Usar formas como el copretérito, el pospretérito, y muchos otros tiempos verbales, tarde o temprano nos pasará factura. Los párrafos extensos están llenos de verbos mal encajados en tiempo.
- Un párrafo que supera las diez líneas es extenso. Divídelo o elimina oraciones.
- La estructura básica de una oración es “sujeto + verbo + predicado”, cíñete a esa forma de redactar.
- Revisa tu texto más de una vez después de redactado. Ponte en los zapatos de quien te leerá y piensa si te sentirías cómodo leyendo todo lo que escribiste.
- Elimina los adjetivos calificativos innecesarios. Es común encontrarse con descripciones del acto reclamado que dicen: “el inconstitucional y por ende ilegal decreto de fecha…”, cuando lo más apropiado era señalar “el decreto de fecha…”. Esto implica muchas veces prescindir de la retórica en pro de que nuestra idea se entienda de una manera más pulcra.
- Recuerda: tú podrías equivocarte. Y justo por eso sugiero que alguien más revise tus escritos antes de presentarlos, pide una opinión brutalmente honesta sobre si tu escrito se entiende o no.
Como consejo extra; tener una mente sana en un cuerpo sano nunca está de más. Un poco de ejercicio oxigenará tu cerebro y te permitirá una mayor fluidez de ideas. Todo esto permitirá que tu redacción sea más clara sin caer en lo escueta, elevando en mucho la calidad de los escritos legales.