CINCO REFLEXIONES DE UN PROFESOR DE DERECHO | Paréntesis Legal

 

Cinco reflexiones de un profesor de derecho durante la pandemia

 

Gibrán Miguel

Ciudad de México, 3 de septiembre de 2020

Se ha hablado mucho de la educación y del papel de los profesores durante la pandemia y eso es algo que me parece maravilloso, porque la educación ha sido uno de los pocos refugios que le quedan a la «Antigua Normalidad».

Si algo ha continuado a pesar de la cuarentena y de los riesgos y de la psicosis de la nueva enfermedad, es la labor educativa. Esa no se ha detenido.

Salvo contadas excepciones, todas las actividades humanas encontraron una pausa durante esta crisis sanitaria: cerraron comercios, guarderías, gimnasios, restaurantes y lugares de entretenimiento… Se detuvo hasta la impartición de justicia, con todo y que es un derecho humano.

Pero no la educación.

Quienes nos dedicamos (a tiempo parcial o completo) a esta labor, implícitamente asumimos en nuestro fuero individual el compromiso de terminar nuestros cursos y, ahora, meses después, incluso de iniciar el siguiente, a pesar de que el virus sigue asolando y amenazando nuestras vidas y nuestra vida.

Por eso, la educación es una actividad que se ha erigido como una reminiscencia de lo que era el mundo antes de 2020. Pero, paradójicamente, es una de las actividades que más se ha transformado, una de las que lo hizo más rápido y —me atrevo a decirlo— una de las que mejores resultados ha obtenido.

Ejemplos hay muchos y muy a la mano de cómo los profesores de educación básica se han dejado la piel en dar clases en línea, de todo el tiempo, la energía y —por qué no decirlo— el dinero que han invertido con tal de conectarse a una clase a través de Zoom.

Pero no se ha hablado tanto de la enseñanza a nivel superior. Y esto requiere también una reflexión, porque enseñar ya no a niños ni adolescentes, sino a adultos formados y que —quiero pensar— están inscritos a una carrera por voluntad y decisión propias, también requiere esfuerzos particulares.

En mi caso, soy profesor de Derecho. De sociología del Derecho, concretamente. Mi curso se imparte en primer año de la carrera en la Escuela Libre de Derecho, por lo que me considero un profesor «eje» entre los estudiantes preparatorianos y los estudiantes de una carrera; entre estudiantes que van dejando poco a poco su adolescencia para entrar a la adultez.

Sin embargo, también he dado clases de Teoría de la Constitución a nivel maestría, por lo que he tenido oportunidad de comprender las diferencias que existen entre los estudiantes de un nivel y otro.

Con esta experiencia, recientemente fui invitado a formar parte de un comité para la elaboración de un manual de mejores prácticas docentes en tiempos de pandemia, y hoy quiero compartir algunas reflexiones que me surgieron cuando elaboraba mi aportación a ese manual.

Son, concretamente, cinco reflexiones que desarrollo a continuación:

Primera reflexión

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que dar clases no es un fin en sí mismo. Es un medio.

Un medio para que nuestra comunidad, nuestro país, nuestro mundo, tengan abogados de excelencia.

Una forma de identificar la excelencia en la enseñanza es mirar el producto y no tanto el proceso: ¿Cuánto aprenden los estudiantes? El aprendizaje es el producto.

Debemos combatir nuestra tendencia natural como docentes de pasar la mayor parte de nuestro tiempo pensando en qué vamos a hacer en nuestras clases ahora que de golpe transitaron a las plataformas tecnológicas, y dedicarnos a pensar más en lo que harán nuestros estudiantes.

El error que solemos cometer como profesores es muy sencillo de enunciar: tendemos a centrarnos más en lo que vamos a cubrir que en lo que nuestros estudiantes van a descubrir.

Creo que esto es algo propio de nuestra condición de seres humanos, porque siempre vamos a preferir enfocarnos en las cosas que sí están bajo nuestro control (la enseñanza, en este caso) antes que en las cosas que no lo están (el aprendizaje, propiamente dicho).

Y entre enseñanza y aprendizaje, me parece que el segundo es más importante que la primera.

Pero si además de un ser humano, se es abogado litigante, esto va a costar todavía un poco más de trabajo, porque para los litigantes tan importante es el proceso como el resultado: igual de importante es ganar el juicio como haber emplazado correctamente.

Pero tenemos que descansar un poco de este modelo mental cuando damos clase, para centrarnos en el resultado.

Al final del día, estamos aquí para ayudar a los estudiantes a aprender. Tanto las clases como la tecnología son sólo un vehículo. Es así de simple.

Segunda reflexión

A pesar del ritmo exponencial con el que ha avanzado la tecnología desde la llegada de internet, la experiencia de enseñar en línea se siente muy diferente a la experiencia de estar físicamente en el aula. En general, todo es menos natural y más forzado.

Esto es importante, porque un maestro presente y cercano, humana y materialmente, significa no solo una voz que imparte conocimientos, sino experiencia y modelo a seguir. Las simples actitudes corporales que el alumno capta de un maestro son las que permiten que la simple capacitación se convierta en verdadera formación.

En mi experiencia personal, desde que uno llega a la Escuela ya estás formando abogados: si se llega antes o a tiempo o tarde, si se saluda al policía de la entrada o no, si se estaciona correctamente o no…

Además, el lenguaje no verbal es vital en el proceso comunicativo. Pero cuando estamos en una clase en línea, una gran cantidad de expresiones son o totalmente ilegibles vía internet o completamente artificiales.

Todo esto provoca que emisor y receptor se vean obligados a tener más atención y a esforzarse más en hacerse comprender correctamente. Todo esto significa un desgaste, que se agudiza cuando son más personas las implicadas en una clase en línea.

Yo no puedo, por ejemplo, oír la risa de mis alumnos cuando cuento un chiste. Y esto me resulta importante porque una técnica que usaba antes de la Covid-19 para mantener la atención en el aula era soltar alguna broma cada 10 o 15 minutos. Esto es básico para mí, porque, como dije, doy clases a jóvenes que están en la frontera entre adolescente y alumno, por cuya atención debo luchar con más ahínco.

Mantener la atención del alumnado en línea es un poco más difícil que en vivo, porque, además, las distracciones están más a la mano.

Otra pérdida: estudiar en línea es una actividad muy solitaria. No se socializa con los compañeros ni con los profesores; y esto debilita la comunidad educativa.

En pocas palabras: la tecnología hasta ahora no ha podido emular con precisión las múltiples facetas del aula; ni la riqueza multisensorial y multidimensional que el mundo real garantiza y creo que nunca lo va a lograr.

Así que mi segunda reflexión es que los profesores de Derecho debemos detenernos un momento a dimensionar, a justipreciar todas las pérdidas que supone no estar en un aula frente a frente con el estudiantado.

Esto nos permitirá —y vuelvo a la primera reflexión— identificar qué competencias y qué valores son los que realmente queremos que nuestros educandos hayan adquirido al final de nuestro curso.

Tercera reflexión

Igual que como ocurrirá con el SARS-CoV2, la educación a distancia llegó para quedarse.

Las plataformas tecnológicas para ya existían. Conceptos como webinar, Google Classroom, etcétera, ya existían desde antes de la pandemia; plataformas como Zoom o Webex ya se usaban para las clases  a distancia. Lo único que han hecho es cobrar fuerza durante este año.

La educación ya se estaba montando, poco a poco, en las plataformas tecnológicas y la pandemia solo ha sido un catalizador de este proceso. Como todas las crisis, llegó para apurar la llegada de lo inevitable: la tecnologización del aprendizaje.

Y esto ocurrirá con todas las actividades humanas, así que, hoy por hoy, saber usar la tecnología no es opcional, ni para el profesor de Derecho ni para nadie.

Cuarta reflexión

Bueno, y a todo esto, ¿cómo le hago para dar clases en línea? Para contestar esta pregunta les compartiré lo que a mí me ha funcionado. En mi experiencia, ha resultado muy útil usar la tecnología para dar clases, dividiéndola en dos tipos de recursos:

  • Recursos sincrónicos (sesiones en vivo, en los que estudiante y docente conviven en tiempo real), y
  • Recursos asincrónicos (aquellos que el estudiante puede revisar en cualquier tiempo).

La mejor enseñanza en línea ocurre cuando se combinan unos con otros, pues cada uno de ellos tiene sus propias ventajas y utilidades y eso permite que se complementen.

Como el espacio es limitado, respecto de los recursos asincrónicos sólo mencionaré que, en mi caso, tengo un blog, un podcast y un canal de YouTube que estoy empezando a usar como material de este tipo y como vías de comunicación con el estudiantado. Pero no hace falta llegar a tanto: a veces basta con compartir una lectura en PDF por correo electrónico o WhatsApp.

Así que vamos a centrarnos en los recursos sincrónicos o, como todo mundo las llama ya, las «clases en línea».

¿Qué hacer, qué actitudes tomar, para dar una clase en línea a nivel superior?

Los maestros deben ser más receptivos y tolerantes que en una clase en el aula, pues no sólo los alumnos sino muchas otras personas, incluyendo otros profesores, no han logrado superar la crisis y el trauma de la pandemia. Esto es muy obvio, y puede afectar incluso a quienes están acostumbrados a dar o recibir cursos en línea.

Por otro lado, el uso de la tecnología para las clases a distancia se aprende sobre la marcha, a base de prueba y error. No sólo hay que recomendar mayor tolerancia con los alumnos, sino también del maestro consigo mismo.

Además, no es posible abarcar lo mismo que en el aula. Se debe dar menos material y exponer por menos tiempo, y darles más oportunidad a los alumnos de participar y de preguntar. Asimismo, no siempre es factible el acceso a todos los libros de apoyo.

Es decir, en las clases en línea, «menos es más».

En cuanto a la actitud mental del docente, se recomienda pedir retroalimentación continua de los colegas para ser siempre creativos. La creatividad no está en la propia industria, sino que está en otras áreas de la actividad humana: si un abogado docente quiere ser innovador en sus clases, la mejor manera de hacerlo es indagando cómo son las clases en línea de —por ejemplo— arquitectura, o de ingeniería o de medicina. Y viceversa. Un médico que tiene que dar una clase teórica podría voltear a ver una clase de Derecho, porque los abogados somos expertos en teorizar y en explicar teoría.

En pocas palabras: para pensar fuera de la caja hay que investigar fuera de la caja.

Quinta reflexión

Finalmente, es fundamental privilegiar el método del caso como técnica docente que consiste en estudiar el Derecho desde los precedentes, procurando encaminar al alumnado a formarse su propio criterio jurídico a partir de la experiencia forense.

Es cierto que hay algunas materias que se prestan más a este método, pero aún las más teóricas —como Sociología del Derecho, que imparto— pueden beneficiarse de la lectura directa de fallos o jurisprudencias, porque eso permite sopesar los alcances que tiene, en la práctica, una determinada teoría.

Apunte final

Ante las circunstancias que vivimos, el profesor de Derecho tiene la obligación de transitar hacia la tecnología. Mi deseo es que estas reflexiones lo ayuden y acompañen en su evolución.