La pandemia de 2020 ha puesto el tema de la salud mental en la mesa de discusiones. El confinamiento desencadenó muchos diagnósticos clínicos, pues nos obligó a enfrentarnos a la soledad y, por ende, a nosotros mismos. Lo cierto es que el derecho humano a la salud mental lleva ya mucho tiempo intentándose postular como uno de los temas centrales que atender en una sociedad.
Nuestros cuestionamientos dejan de ser solo respecto a nuestro bienestar físico, si no, que ahora la verdadera apuesta es tener un bienestar psicológico. Poco a poco la lucha por desestigmatizar las enfermedades mentales ha empezado a rendir frutos. Recuerdo en mis años de adolescencia escuchar a muchas personas preguntarles a otras que tomaban terapia: “pero ¿por qué la tomas?”, “¿qué pasó en tu vida?” Hoy en día buscar ayuda y llevar procesos con terapeutas empieza a ser algo más “normal” y sobre todo necesario.
Ahora, al hablar de salud mental necesariamente vemos las palabras de consciencia y conciencia, estos conceptos se encuentran íntimamente relacionados, pues el proceso de uno conlleva el proceso del otro. La consciencia es la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella, mientras que la conciencia es el conocimiento moral de lo que está bien y lo que está mal, en relación al conocimiento de sí mismo y de su capacidad para actuar sobre su entorno[1].
De esa manera es que estos conceptos[2] necesariamente deben ser incorporados a la vida de cualquier ser humano, pero siendo más estrictos es necesario y urgente que se incorporen a la vida de nuestros políticos. La pregunta que aquí surge es: ¿por qué es importante que nuestros políticos tengan consciencia/conciencia y salud mental? La respuesta es sencilla, estos servidores públicos están llamados a servir a la sociedad, a velar por los intereses generales y decidir sobre el rumbo de un país, ¿cómo alguien podría servirle a alguien más si no es capaz de servirse a sí mismo?
En el contexto social e histórico en el que vivimos, negar la realidad es parte del problema. Las noticias constantemente nos muestran la inconsciencia social en la que vivimos. Hace algunos meses los titulares de varios periódicos escribían los nombres de dos servidores públicos del Poder Legislativo: Félix Salgado Macedonio y Saúl Benjamín Huerta Corona, ambos acusados por el delito de abuso sexual. Como mexicanos, ¿vamos a seguir permitiendo que gente sin salud mental tome las decisiones que nos conciernen y afectan?
La historia política en México ha generado que los y las mexicanas se sientan apáticas en todo lo relacionado con la política; al concepto le hemos dado una connotación negativa. Nuestros políticos han actuado torpemente y han causado sufrimiento y división en la sociedad mexicana. Nos sentimos ajenos y desplazados por estos servidores públicos que durante el transcurso de los años han actuado en beneficio de sus propios intereses.
Sin embargo, el problema no se va a solucionar solo, es necesario que como mexicanos empecemos a exigir y empujar los cambios necesarios para tener un gobierno que nos merezcamos.
Ya es tiempo de empezar a exigir a los servidores públicos que tengan salud mental, ese proceso es el único que los llevará a preocuparse y conectarse verdaderamente con la sociedad; a soltar los beneficios personales, banales y materiales por generar un buen cambio social que respete y garantice los derechos humanos.
Los cargos públicos implican dedicar la vida a servir de manera desinteresada por el bien de la sociedad. La mayoría de los políticos son personajes de cartón que se esfuerzan por encajar en el arquetipo que hemos diseñado de lo que debe ser un político. Nos hemos arraigado a la idea de que los políticos tienen que ser buenas personas, de valores y honestas. Esto los ha llevado a vivir en la hipocresía, muchos nos muestran únicamente lo que es políticamente correcto y nos ocultan su forma de actuar en su vida privada.
Entonces, ¿vamos a seguir exigiendo que nuestros políticos sean “buenas personas”? Si la respuesta es “no”, entonces este artículo no tendría razón de ser, pero si la respuesta es “sí” entonces aquí es momento de reflexionar.
En la Constitución y en los códigos vemos que la elegibilidad de ciertos cargos, tienen como requisito el tener un “modo honesto de vivir” o tener “buena reputación”. La realidad es que nadie sabe a ciencia cierta el contenido exacto de dichos conceptos. Miles de interpretaciones subjetivas entrarían en estos desde cuestiones económicas hasta incluso familiares.
Ahora, ya tenemos un precedente de que siempre hemos buscado que las personas que ejerzan altos cargos sean “buenas personas”, ahora solo debemos resignificar lo que esto implica.
Aquí es donde entra el concepto de salud mental. Mucho más objetivo y acertado. Si entonces los servidores públicos deben velar por el bien de la sociedad, ¿Cómo van a generar un bienestar social si no son capaces de estar bien con ellos mismos?
La transformación siempre conlleva un salto evolutivo ante un problema. México vive una fuerte crisis política y ya es tiempo de soltar nuestras estructuras mentales condicionadas y desafiar nuevos cambios para transformar la actuación de nuestros políticos.
No solo la educación es la herramienta a través de la cual se cambia a una sociedad, también la capacidad de autoconocernos, sanarnos y tener herramientas que nos permitan ser más conscientes en un mundo que vive en la inconsciencia.
Que quienes decidan por nosotros sean personas concientes. Basta de elegir como representantes a la gente que solo busca un beneficio propio y abusa de su poder/cargo.
Como mexicanos empecemos a exigir que nuestros representantes tengan salud mental. No queremos que personas con trastornos de personalidad tomen las decisiones por nosotros. No queremos más abusadores, narcisistas y psicópatas en nuestras decisiones, sino gente que incluso apueste por políticas públicas que incorporen este derecho humano a las instituciones mexicanas.
Para concluir, también tomemos responsabilidad sobre nuestras elecciones. Ejerzamos el derecho al voto sin conveniencias personales, ejerzámoslo de manera informada y responsable.
[1] Rae.
[2] Al referirme a este término englobaré en uno solo los conceptos de: salud mental, consciencia y conciencia.