Echando de menos a Dios | Paréntesis Legal

Echando de menos a Dios: preguntas para Don Rodolfo Vázquez

Lic. Diana Gamboa Aguirre

Recientemente tuve la oportunidad de leer un ensayo escrito por un admirable filósofo y jurista mexicano, el Maestro Rodolfo Vázquez; cuyas cátedras de filosofía del derecho son un deleite para aquel que disfruta de la reflexión profunda.[1] En dicho texto, titulado “No echar de menos a Dios”, describe distintas etapas de su pensamiento y las califica como “el itinerario de un agnóstico”.[2]

Asume una postura que se niega trascendencia alguna más allá del mundo material, consciente de su finitud. Ello, bajo el manto de un escepticismo que, en referencia a David Hume “suspende todo juicio” ante la falta de respuestas. En esa medida, por ejemplo, considera absurdo pensar en un amor inmaterial ya que -a su juicio- este depende necesariamente de la existencia de otro ser… ¿será que dejamos de amar cuando el ser amado muere y confirma su “finitud”? No lo creo así, pero eso es harina de otro costal. Continúa refiriendo que no niega el espíritu como una realidad independiente del mundo, únicamente niega que sea un hecho verificable, una idea congruente con la suspensión del pensamiento crítico que asume sobre cuestiones trascendentales. En esa misma línea, a la luz de las ideas de William James, califica el “antiintelectualismo” como un acompañante natural de la experiencia religiosa. Ligereza intelectual que sorprende frente a mentes y textos como los de John Henry Newman, Romano Guardini, Joseph Ratzinger, Robert Barron, William Lane Craig y otros más, pero cuya crítica específica reservaré para otro momento.

Más allá de la interesante conversación que puede desatar el ensayo, en mi opinión, el pensamiento del Maestro Vázquez sería más completo si se da la oportunidad de seguir cuestionándose sobre ese “Dios” del que tanto hablan algunos; o, de manera más precisa, sobre lo que dicen que dijo ese tal “Dios”. Para ello, me enfocaré en la versión de “Dios” que en occidente nos resulta más conocida y de la cual se ocupa destacadamente en su texto: el de la tradición judeocristiana.

Resulta que para ese tal “Dios” hay una serie de reglas muy claras que cumplir si se busca acercarse un poco más a Él, quien -para los creyentes- representa el grado máximo de verdad, bondad y belleza. Concretamente, hay un par de reglas cuya autoría se le atribuyen a “Dios” y que resultan abiertamente incompatibles con la postura que Vázquez sostiene frente al valor de la vida humana.

Para el famoso “Dios” no corresponde al hombre terminar con la vida de otro. Sin embargo, para Don Rodolfo esa posibilidad “depende” de una serie de condiciones. Por ejemplo, no es suficiente tener acreditada individualidad y pertenencia a la especie humana; tampoco basta el hecho de que, desde el primer momento de la existencia, cada uno de nosotros cuente con el mismo código genético que tendremos hasta morir, lo que científicamente evidencia que nuestra vida es un continuo.

Es decir, para él carece de relevancia en términos valorativos el hecho -científicamente demostrable- de que la vida humana se compone de una sucesión de etapas en el tiempo que experimenta el mismo individuo, iniciando con la fecundación y durante cada una de las etapas de existencia hasta la muerte. Dicho de otra manera, de acuerdo con la evidencia genética, es el mismo individuo quien existe en plenitud de vida embrionaria o fetal, joven o anciano, pues la trayectoria vital es una continua actualización de potencialidades en el tiempo, a las cuales atribuimos nombres distintos, dependiendo de la etapa concreta de la que hablemos.[3]

El punto es que, desde distintas áreas del conocimiento científico, es posible identificar el inicio de la existencia corporal de cada uno de nosotros y, por ende, nuestra calidad de individuos humanos únicos.

Y sobre el valor de la vida humana ¿qué dicen que dijo ese tal “Dios”?

Es importante precisar que, más allá de la libertad de creer o no creer en la dimensión trascendental e inmaterial de ese al que algunos llamamos “Dios”, resulta interesante conocer lo que “dicen que dijo”. Es decir, es posible analizar los mandatos axiológicos que se le atribuyen a “Dios” sin creer en su existencia por falta de pruebas o por la razón que sea.

Resulta que para el dichoso “Dios” del que tantos hablan, a quien el Maestro Vázquez dice no echar de menos, cada individuo humano es valioso en sí mismo, sean cuales sean sus particulares condiciones identitarias.

Históricamente, muchos de los que hemos pretendido “seguir” a ese “Dios” hemos cometido el error de no siempre actuar en congruencia con ello. Sin embargo, resultaría inadecuado confundir nuestros males o errores particulares, con el parámetro que creemos fue establecido por ese “Dios”. Parámetro conforme al cual nos es posible -precisamente- identificar algunos de nuestros actos como inadecuados.

Si se busca una noción más precisa de ese parámetro específico, es posible acudir a una serie de testimonios, parábolas e historias de personas que dijeron haber conocido a ese Dios, algunos incluso refirieron haberlo visto “transformado” en hombre. Varios de estos sujetos llegaron al extremo de dar sus vidas antes que negar la verdad de lo que decían. Sin embargo, todos estamos en plena libertad de creer o no creer dichas afirmaciones.

Más allá de eso, es claro que lo que dichos testigos y textos dicen que dijo “Dios”, es incompatible con lo que Don Rodolfo predica. ¿A qué me refiero? Él omite considerar una premisa que resulta fundamental bajo la existencia de ese “Dios” o al menos a la luz de su pretendido dicho. Esto es, que toda vida humana es valiosa en sí misma.

Encontramos al menos dos “mandamientos” que se le atribuyen a “Dios” y que podrían justificar su noción del valor inherente de la vida humana: (i) amarás a tu prójimo como a ti mismo;[4] y (ii) no matarás.[5]

En este punto, vale la pena tener presente la idea del “potencial de verdad” de los conceptos religiosos de que habla Jürgen Habermas en el contexto de la deliberación pública, que a Don Rodolfo no le satisface del todo en su texto, aunque no parece haberlo reflexionado a profundidad. Pues no se requiere explorar en su totalidad el contenido material de un “credo” religioso, ni asumir como verdadero dogma alguno para identificar en los “mandamientos” en cita un principio susceptible de traducirse en términos seculares: la vida humana tiene un valor inherente.

Y, de hecho, la visión puramente secular del valor intrínseco de la vida humana se sostiene al menos desde 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyo preámbulo se identificó que la base de la libertad, la justicia y la paz estaba en el reconocimiento de “la dignidad intrínseca y los derechos iguales e inalienables de todo miembro de la familia humana”.

Y ¿qué piensa el Maestro Vázquez?

Contrario a lo que expresan los referidos mandatos, para Don Rodolfo -y muchos otros- el propio ser humano está legitimado para determinar bajo qué condiciones una vida humana debe considerarse valiosa y, a partir de ello, cuándo debe protegerse y respetarse.

Según lo ha expuesto, para él la vida humana es valiosa siempre y cuando actualice determinadas condiciones, como que el individuo respectivo: se ubique en una etapa de desarrollo concreta (12 semanas); sea independiente y autónomo; muestre un determinado nivel de desarrollo cerebral; y tenga capacidad para sentir dolor,[6] entre otros.[7]

La lógica que subyace a este razonamiento es que no hay dignidad o valor inherente a cada uno de nosotros. Para el Maestro Vázquez es posible que otros individuos le atribuyan un valor determinado a la vida humana, sujetándolo a condiciones específicas. Incluso, le resulta viable imponer una condición imposible de cumplir, como tener mayor edad de la que se tiene; es decir, que actualices una situación fáctica que no se modifica sino por el mero transcurso del tiempo. Así, si no está dentro de las posibilidades del individuo acelerar su crecimiento, será posible que otro individuo humano (su madre) disponga de su vida al grado de terminarla.

Bajo tal contexto, más allá del nombre concreto de aquel a quien algunos llamamos “Dios”, parece que el principio que se extrae de los mandamientos en cita -que se le atribuyen- resulta de especial utilidad para la supervivencia y convivencia humana; esto es: que toda vida humana vale. La funcionalidad de tal principio destaca de un modo particular frente a los resultados que la posición opuesta evidencia hoy y ha demostrado a lo largo de la historia.

Si uno asume que el famoso “Dios” no existe o que su existencia no es comprobable y, por ende, negamos absoluta relevancia a lo que “dicen que dijo”, eso implicaría que, como sostiene Sartre, la existencia precede a la esencia. Es decir, no habría tal cosa como una “naturaleza humana” dada, que sea valiosa en sí misma, sino únicamente determinadas características que elegimos libremente y nos definen. Sin “Dios” uno es libre de imponer las reglas de su propia existencia, valor e identidad.

Cuando uno crea sus propias reglas, no existe un parámetro predeterminado al cual ajustarse. Bajo dichas condiciones, es posible normar la vida a conveniencia y, por ejemplo, establecer cuándo otra vida humana vale. Dicho de otra manera, se torna posible descartar determinadas vidas que no cumplan con los criterios de valor impuestos por el propio hombre, pues -recordemos- el mundo bajo esta visión vive sin un “Dios único” que imponga cierto orden. Así, cada uno crea su visión personal de lo que es y debe ser “superior” y cada uno es “su propio dios”.

Una filosofía de vida carente de la idea de “Dios”

Hoy vemos cómo se materializa esta filosofía en la realidad. Retomando el ejemplo del aborto, hay quienes luchan por que la mujer pueda disponer de la vida de sus hijos, cuando aquellos no cumplan con las condiciones que -desde el poder- se imponen para determinar qué vida humana es valiosa y, por ende, cuáles no.

Así, por ejemplo, en entidades como Oaxaca y la Ciudad de México, los legisladores determinaron que nuestras vidas adquieren valor a partir de las 12 semanas de haber iniciado nuestra existencia. En lugares como Argentina, la existencia humana individual debe respetarse a partir de las 14 semanas. En otras latitudes, han llegado al límite de atribuirle valor hasta los 7 meses.[8] Además, los poderosos añadieron otra variable relevante en la ecuación: la carencia de valor humano, en la primera etapa de desarrollo del individuo, activa la legitimación de su madre para decidir si continuará vivo o no.

La gente en el poder ha decidido poner las vidas humanas a merced del “deseo” de sus madres,[9] a quienes se ofrecen dos alternativas frente a la vida de los hijos: (i) permitirles continuar creciendo; o (ii) impedirles nacer si aún no alcanzan la edad “de valor” impuesta desde el poder. Ante la elección de impedirles nacer, no habrá consecuencia alguna.

Esto es aceptado como válido bajo las premisas de una “serenidad” que no echa de menos a “Dios” como la que sostiene Don Rodolfo, quien al respecto ha manifestado:[10]

…la defensa de la autonomía de las mujeres debe ser incondicional, simple y sencillamente, porque de acuerdo con su plan de vida y a la presunción de una decisión racional y deliberada, abortar es lo que mejor le conviene. Este es el argumento de fondo para defender el aborto voluntario, sin restricciones…

A juicio del Maestro Vázquez, resulta adecuado el arbitrario límite de 12 semanas de gestación que en diversas latitudes se ha impuesto para asignar (y no reconocer) valor a la vida humana individual. Esto lo ha pretendido justificar a la luz de la opinión -que no investigación- de Ricardo Tapia, Rubén Lizker y Ruy Pérez Tamayo, científicos que -cabe destacar- incurren en una serie de imprecisiones e incluso manifiestan una notoria contradicción científica al referir en un mismo texto que: [11]

El embrión de 12 semanas no es un individuo biológico […] aunque posee el genoma humano completo.

La opinión en cita carece de valor científico por distintas razones. Primero, debido a que niega individualidad biológica al concebido y al mismo tiempo reconoce que detenta un genoma humano completo. En términos biológicos, un individuo es un “ejemplar viviente que pertenece a una especie dada; un ser organizado que vive una existencia propia y que no puede ser dividido sin ser destruido”.[12] Y precisamente el genoma humano: “es la base de la unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana”. Esto, tal y como lo reconoció la propia UNESCO en la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, donde -por cierto- se precisó que el genoma humano único conlleva el reconocimiento de la dignidad y diversidad intrínsecas de todos los miembros de la familia humana.[13]

Adicionalmente, la opinión en cita parte de una imprecisión nominativa importante, ya que después de la semana 8 (octava) de gestación, en la cual el embrión concluye con la organogénesis, el individuo adquiere la denominación científica de feto. La organogénesis, por cierto, es el periodo de formación de órganos del cuerpo humano durante -aproximadamente- la tercera y octava semanas después de la fecundación; y su conclusión implica el inicio de una etapa posterior, el periodo fetal.[14]

En fin, a pesar de las imprecisiones que, a la luz de los avances científicos pueden evidenciarse respecto de la opinión en cita, el Maestro Vázquez parece coincidir en que a la vida humana puede asignársele valor desde el poder. Esto, por medio del derecho y a partir de la imposición de criterios arbitrarios como: la etapa de desarrollo, la independencia y autonomía, el nivel de desarrollo cerebral, la capacidad de sentir dolor, entre otros.[15]

Si bien disiento con esa postura, reconozco que puede justificarse a la luz de la filosofía que sostiene el Maestro Vázquez, bajo la cual no se echa de menos la figura del famoso “Dios” y menos de lo que “dicen que dijo”. Ya que, sin un ser “creador”, uno se puede transformar en el “inventor” de sus propias reglas y en arquitecto de su propia realidad. Y, con un poco de poder, incluso será posible incidir en la realidad de otros individuos humanos, negando valor a sus vidas a partir de condiciones arbitrarias.[16]

Conclusiones

No sé si el Maestro Vázquez se ha dado la oportunidad de cuestionar a fondo las causas y consecuencias de sus ideas. Su brillante pensamiento sería más completo si nos brindara la posibilidad de identificar con mayor claridad cómo justifica ese aspecto concreto dentro de sus ideas. Dicho de otra manera, yo le preguntaría: ¿Qué legitima a determinados individuos humanos para determinar las condiciones bajo las cuales una vida humana “adquiere” valor? ¿Por qué considera que el valor de la vida humana debe asignarse a la luz de determinadas condiciones y no reconocerse bajo el tamiz de la evidencia científica?

Él seguramente conoce mejor que yo las consecuencias que históricamente han tenido las filosofías que se asumen como aptas para determinar qué vidas humanas valen y cuáles no.

Probablemente no sea necesario llegar al “exceso” de echar de menos a un “Dios” en el cual no se cree. Pero valdría la pena identificar si alguno -o algunos- de los postulados que se le atribuyen a ese “Dios” resultan necesarios o útiles para preservar una sociedad verdaderamente plural y civilizada. Esto, con el fin de evitar a toda costa erigirnos en agentes capaces de imponer condiciones de asignación de valor a la vida humana.

Más allá de lo respetable que resulta el agnosticismo del Maestro Vázquez en una sociedad plural como la nuestra, parece que las consecuencias de suspender el juicio frente a la noción de “Dios” sin siquiera tratar de escuchar lo que “dicen que dijo”, deja un vacío en el pensamiento occidental susceptible de justificar la libre disposición de vidas humanas inocentes, bajo el manto de una abrumadora “autonomía”.

  1. V. Participación del Maestro Vázquez en mesa de diálogo organizada por la Escuela Libre de Derecho https://fb.watch/6pKNy6oZ9S/
  2. Vázquez, Rodolfo. No echar de menos a Dios, itinerario de un agnóstico. Trotta. México. 2021
  3. López-Moratalla, Natalia (2010). El cigoto de nuestra especie es cuerpo humano. Persona y Bioética, 14(2),120-140. [fecha de Consulta 30 de Junio de 2021]. ISSN: 0123-3122. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3649555
  4. Mt. 22, 39.
  5. Ex. 20, 13.
  6. Sobre el dolor del concebido no nacido, se sugiere leer las conclusiones de las investigaciones más recientes que se han formulado hasta ahora: Derbyshire SWG, Bockmann JC. Reconsidering fetal pain. J Med Ethics 2020;46:3–6. En el cual se precisó que no es posible descartar la posibilidad de dolor fetal con anterioridad a las 24 semanas, como se pretendía bajo la idea de que la experiencia del dolor depende de una corteza cerebral plenamente desarrollada, pues se ha evidenciado que éste elemento no es esencial para experimentar dolor.
  7. Vázquez, Rodolfo. Derechos Humanos. Una lectura liberal igualitaria. Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM, ITAM y CEAD. México. 2017. pp. 59 y 60
  8. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51483601
  9. Sobre el “deseo” de abortar, sugiero leer la síntesis del pensamiento de la Doctora Cristina Rodríguez plasmado en el texto localizable en: https://parentesislegal.com/post/sobre-el-aborto-tengo-derecho-a-impedir-que-mis-hijos-nazcan-i-de-iii-1
  10. Vázques, Rodolfo. Op cit. pp. 59 y 60
  11. Vázquez, Rodolfo. Op cit. pp. 61 y 62
  12. Andorno, Roberto. El embrión humano, ¿merece ser protegido por el derecho?. Cuadernos de Bioética, 15, 3º 93, pp. 39-48. Al respecto, cabe precisar que la meiosis no constituye por sí misma una división, sino un modo de reproducción propio de los seres unicelulares (como el cigoto), por lo que la existencia de gemelos -durante los primeros 14 días de gestación- no resta individualidad, sino en todo caso evidencia la potencialidad de reproducción celular del organismo individual respectivo. Además, este tipo de reproducción no tiene fuente externa, sino que se realiza por el propio individuo humano en su fase de cigoto, lo cual evidencia su cualidad de organismo único y distinto de su madre.
  13. No sobra precisar que la Declaración en cita encuentra por causa -entre otras- las Resoluciones 22 C/13.1, 23 C/13.1, 24 C/13.1, 25 C/5.2, 25 C/7.3. 27 C/5.15, 28 C/0.12, 28 C/2.1 y 28 C/2.2., en las cuales se instaba a la UNESCO a promover y desarrollar la reflexión ética y las actividades conexas en lo referente a las consecuencias de los progresos científicos y técnicos en el campo de la biología y la genética, respetando los derechos y las libertades fundamentales del ser humano.
  14. Sadler, T. (2016). Langman Embriología médica (13th Edition ed.).p. 388 y García, Carolina. Elaboración de material didáctico para el estudio de la embriología. Universidad Nacional de Colombia Facultad de Medicina. Colombia. 2018. p. 41.
  15. Sobre la capacidad de percibir dolor del dolor del concebido no nacido, se sugiere leer las conclusiones de las investigaciones más recientes que se han formulado sobre el tema hasta ahora, por ejemplo: Derbyshire SWG, Bockmann JC. Reconsidering fetal pain. J Med Ethics 2020;46:3–6., en el cual se precisó que no es posible descartar la posibilidad de dolor fetal con anterioridad a las 24 semanas, como se pretendía bajo la idea de que la experiencia del dolor depende de una corteza cerebral plenamente desarrollada, pues se ha evidenciado que éste elemento no es esencial para experimentar dolor.
  16. Como ya lo he referido, hoy es la “etapa de desarrollo”, ayer fue el color de piel y, en otro momento, la religión o comunidad a la que se pertenecía. Pretextos habrán muchos, pero dignidad humana solo hay una y su reconocimiento no debería ser nunca una graciosa concesión desde el poder. V. https://parentesislegal.com/post/dignidad-a-la-carta-aborto-en-la-suprema-corte