Rocío Rosiles Mejía
La Magistrada del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Janine Otálora, sostiene que los debates electorales se han convertido en uno de los pilares del derecho de acceso a la información de la ciudadanía, al tiempo que defiende las bondades de esta forma de comunicación política afirmando que frente a otras como las campañas políticas o los spots tanto en radio como en televisión, en los debates las y los candidatos se ven forzados a romper con el discurso tradicional de las campañas, enfrentándose directamente y apostando por la actuación frente a la retórica, al tiempo que resalta que son la base del pluralismo sociopolítico, puesto que mediante estos se cumple con la obligación del Estado de permitir la expresión de las diversas opiniones que participan en una contienda.[1]
Lo antes dicho, adquiere suma importancia, puesto que, conforme a la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, a nivel federal, el Consejo General del Instituto Nacional Electoral está obligado a organizar dos debates entre todos los candidatos a la Presidencia, así como promover la celebración de estos ejercicios entre candidatos a senadores y diputados federales.
Por su parte, la referida Ley, obliga a los consejos generales de los Organismos Públicos Locales a realizar dichos ejercicios para los cargos de Jefatura de Gobierno y gobernaturas, promoviendo la celebración de debates entre las candidaturas a diputaciones locales, presidencias municipales, alcaldías, así como otros cargos de elección popular.
En ese contexto, adquiere especial relevancia la publicación denominada “Los debates electorales en la democracia contemporánea. Apuntes para analizar su presencia, función y evolución en las campañas” de Julio Juárez Gámiz[2], pues en la misma se aborda este tema que si bien es de suma importancia, como bien refiere el autor del texto, poco se ha abordado y estudiado a profundidad, no obstante que, como atinadamente se menciona en el libro, los debates electorales son un fenómeno único y distinto a otras prácticas de comunicación política como las noticias, la publicidad política o el uso de las redes sociales.
En esta obra, es importante resaltar que el autor hace hincapié en la existencia de ocho campos decisivos tanto en la producción como en la realización de un debate, entre los que se encuentran aspectos como la sustentabilidad financiera; las condiciones de transmisión y difusión; el formato y selección de moderadores; los efectos en el comportamiento electoral; el impacto en la agenda informativa de la campaña; el papel de las redes sociales y la retransmisión multiplataforma, la selección de temas e invitaciones, así como la cultura política electoral, al tiempo que plantea varias interrogantes sobre los debates en temas como la transmisión y difusión de debates a través de medios digitales; el impacto de los debates tanto durante las campañas como en la intención del voto; el impacto en la cobertura informativa de los medios de comunicación, así como la manera en que las redes sociales interactúan con los debates electorales.
A lo largo del texto, el autor aborda aspectos interesantes como los resultados que arroja el ver los debates en televisión, al mismo tiempo que los electores brindan su opinión en redes sociales como Twitter; la enorme atención que la ciudadanía presta a los debates sobre cualquier otra actividad de comunicación política; la importancia de los debates para posicionar temas en la agenda de los medios de comunicación, así como la posibilidad de evaluar a través de este ejercicio deliberativo tanto la personalidad como el desempeño de las candidaturas, entre otros interesantes tópicos con los que se explora a profundidad todo lo que está detrás de los debates electorales.
Por otra parte, es importante señalar que en este texto se menciona que la evolución de los debates electorales se explica en función del avance en la comunicación política, lo que implica que los primeros intentos para organizar debates electorales tienen como escenario una sociedad en la que la oratoria era más importante que la deliberación, los liderazgos políticos hablaban de los temas que les interesaban solamente a ellos, los medios de comunicación solo se ceñían a amplificar el mensaje de estos últimos y el público se limitaba a hacer suya una agenda impuesta por la élite política en turno, algo que con el tiempo evolucionó gracias a la masificación de la televisión y la profesionalización tanto periodística como de la comunicación política.
En ese sentido, la evolución de los debates electorales se ha estudiado desde una perspectiva de homologación de los procesos de comunicación política, ubicando a Estados Unidos como la principal fuente de exportación tanto de prácticas como de acciones de comunicación política a otros países, lo que ha sido cuestionado, puesto que se considera que esta perspectiva analítica es simplista y carente de sustento empírico, dado que deja de lado los factores tanto locales como contextuales dentro de cada país para explicar la manera en la cual los debates han sido adoptados en los diversos sistemas democráticos.
Por ejemplo, el desarrollo de los debates en México no puede explicarse como una simple extrapolación de la práctica, sino que obedece a circunstancias históricas, políticas y sociales particulares. En el caso de nuestro país, el primer debate fue durante las elecciones presidenciales de 1994, en un contexto político y social complicado en el que era necesario legitimar la contienda electoral, y con un formato que convirtió los debates electorales en espacios de promoción para los contendientes y en el que se les brindó a los candidatos un entorno tanto de seguridad como de poca exigencia deliberativa, características que estuvieron vigentes en este tipo de ejercicios y que no cambiaron hasta las elecciones presidenciales de 2018, en cuyos debates se permitió una mayor intervención por parte de los moderadores, y se contempló que la ciudadanía pudiera participar preguntando directamente a los candidatos.
También, es importante hacer énfasis en dos aspectos importantes en relación con los retos que enfrentan los debates electorales. El primero tiene que ver con la advertencia que el autor de la obra realiza en relación a que en el plano subnacional aún queda bastante por hacer para que los debates electorales evolucionen tal como ocurrió a nivel federal, principalmente porque las restricciones financieras de los Organismos Públicos Electorales impiden solventar los costos de producción que muchas veces rebasan por mucho las posibilidades de los institutos locales para realizar debates en condiciones de óptima calidad televisiva.
Finalmente, considero que, aunque en el libro sí se aborda el papel de las redes sociales en los debates electorales, es importante ahondar aún más sobre la manera en cómo podemos aprovechar las herramientas digitales para potenciar estos ejercicios deliberativos, puesto que los mismos aún siguen viéndose como eventos que se circunscriben a ser televisivos en un mundo en el que hace tiempo los medios de comunicación tradicionales han ido perdiendo terreno.
[1] Debates políticos y medios de comunicación. Disponible en https://www.te.gob.mx/publicaciones/sites/default/files//archivos_libros/Temas%20Selectos%20de%20Derecho%20Electoral%20No.%2045.pdf
[2] Disponible en https://www.ine.mx/wp-content/uploads/2021/08/Deceyec-CDCD-42.pdf