¿Son los micromachismos mito o realidad? | Paréntesis Legal

Jueza Martha Eugenia Magaña López

Un día ordinario despiertas, te levantas de la cama y tomas la ducha mientras piensas qué ropa podrías ponerte para ir a trabajar.

Tratándose de una mujer, la decisión no solo depende del clima o del sitio a donde te dirigirás, sino que además “debes” –sí como obligación–, pensar en otras cuestiones como, si usarás el servicio de transporte público, si tendrías que caminar algún tramo, si esto lo harás de noche; además, “tendrías” que pensar si realizarás alguna intervención que implique el intercambio de ideas como una propuesta o dar tu punto de vista, incluso, no puede faltar pensar en si coincidirás en algún momento físicamente con tu superior jerárquico y, si este es varón.

Efectivamente, la altura de la falda, lo entallado del vestido, lo pronunciado del escote, lo transparente de la blusa, el alto de los tacones, tiene que ser “acorde” a todas las circunstancias en que se desarrollará tu día, porque si una mujer sube al transporte público con falda corta y entallada, sería víctima de ataques verbales y físicos por “vestir de esa forma provocativa”, si es violentada mientras camina por la noche con un vestido entallado o de escote pronunciado, seguramente fue ella quien “se puso en la mira” para ser atacada, ¿cómo se atreve a salir vestida así de noche?.

Ahora, si en el día tendrás una intervención relacionada con el ámbito laboral donde tuvieras que dar algún punto de vista, proponer una idea o dirigir alguna propuesta, tu mente no solo se centra en la formalidad del momento para elegir el atuendo, sino que además debes pensar cuál es el ideal para que “la mirada no se pierda en tu silueta” y se centre en tu exposición, para demostrar que tus ideas valen por tu “capacidad, profesionalismo e inteligencia” y no porque “te ganaste el puesto” por tu físico o forma provocativa de vestir.

Bajo ese mismo supuesto, un hombre quizás solo pensaría en si su atuendo debe ser formal para el ambiente de trabajo o por la ocasión, puede vestir más relajado o de qué color podría ser su corbata.

Las mujeres seguimos viviendo entre micromachismos que son conocidos como violencias imperceptibles o como lo señala Luis Bonino “pequeñas tiranías”, lo trascendente de estas violencias es que se cometen día a día como una forma de costumbre, incluso es parte de una conciencia social el respaldar ese actuar, lo vivimos todos los días en los espacios públicos, en las escuelas, en el trabajo, en el hogar.

La necesidad de visibilizar ese tipo de violencias hace que podamos identificarlas para así poder fracturarlas y detenerlas, de lo contario el no ponerles un nombre, las hace imperceptibles, lo que genera su normalización; existe un gran número de micromachismos que tocan todos los ámbitos de una mujer: aspecto físico, pensamiento, intelecto, emociones, fuerza, capacidades, entre otros, hoy platicaremos sobre algunos de ellos.

¡Para ser bella no debes tener vello!

Tanto el hombre como la mujer por cuestiones biológicas tenemos vello en el cuerpo, el cual tiene una función protectora, ya sea de los rayos solares o para evitar infecciones.

Sin embargo, se ha establecido como estándar de belleza, el que la mujer deba retirarse el vello del cuerpo, en particular de brazos, piernas, axila, rostro y genitales, por lo cual la mujer se somete a todo tipo de procedimientos para lograrlo; depilaciones dolorosas que arrancan los vellos de raíz, aquellas donde te dejan caer cera caliente en la piel, láser que quema el folículo para tratar de eliminar el vello, toda esta tortura con el único fin de poder tener una piel lisa y libre de vellos, para agradar al varón.

La sociedad, pero sobre todo el hombre exige que la mujer sea “bella naturalmente”, a su vez la obliga a someterse a procedimientos dolorosos, continuos y que en muchas ocasiones la lastiman físicamente para alcanzar el objetivo, una piel libre de cualquier vello para poder cumplir con el canon de belleza de la piel sexy y femenina, incluso una mujer que no depile su axila o el vello púbico puede ser considerada sucia, descuidada y es la razón por la cual “seguramente no encuentra marido”.

Incluso, sobre el tema de idealizar a la mujer libre de vellos, la industria de la pornografía juega un papel trascendental, pues muestra a sus modelos erotizando a las infantes, porque maneja la eliminación del vello, como objeto de estándar sexual sobre la línea de la niña inocente.

La mujer de …

Desde tiempos remotos, a la mujer se le ha asignado un papel secundario en la vida social, pues se ha considerado erróneamente como un anexo, una extensión o un agregado, esto por sostener que no tiene capacidad de razonamiento o bien, está disminuida y por esa causa requiere de un varón que decida sobre los aspectos importantes de su vida.

El llamado Pater familias, era el varón que lideraba la familia, quien tomaba las decisiones del hogar, salía a la vida pública, manejaba el patrimonio y la economía, determinaba incluso a quién darle su apellido, mientras que la mujer pasaba de estar bajo la tutela de su padre a la de su esposo, por lo que siempre estuvo supeditada a las decisiones que éstos tomaran por ella.

La mujer al casarse adoptaba en forma inmediata el apellido del varón y además de eso recibía este con la preposición “de” para hacer referencia a su pertenencia o posesión, entendiendo así que, la mujer al contraer matrimonio le pertenece al hombre y como tal, le debe obediencia y débito carnal, como lo señala la epístola de Melchor Ocampo.

Parecería que estos tiempos quedaron atrás, pero no es así, el tema relativo a la propiedad de la mujer casada como objeto del varón, incluso fue avalado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien anterior al año 2005, sostenía que no existía violación entre un varón y una mujer casada, cuando esto sucedía en el hogar, porque eran cuestiones de pareja, pues la propia ley establecía como obligación entre esposos el acceder a tener relaciones sexuales para cumplir con el objetivo del matrimonio, que según nuestras leyes era la procreación de la especie.

Aunque después de 2005, el criterio de la Corte visibilizó el derecho a decidir de la mujer y de aquellas parejas monoparentales, lo cierto es que en la actualidad, hay quienes se refieren a las mujeres, no por su nombre o cargo, sino por la relación que tienen con algún hombre de su familia, esto es, “la mujer del Doctor”, “la esposa de Mario”, “la sobrina del Magistrado”, “la hija del Profesor”, lo cual no ocurre cuando nos referimos a un varón, de quien siempre nos referimos por su nombre, cargo o profesión.

¡El amor romántico!

Desde pequeñas a las niñas nos ha sido impuesta por la sociedad, religión, industria del cine, televisión y radio, espectaculares, comercios, familia y amigos, la idea de que el “amor es para siempre”, el encontrar una pajera para casarnos y tener una vida juntos en la que “pase lo que pase” nos mantengamos unidos, es una creencia errónea que busca generar un estándar de vida, para el desarrollo de la sociedad.

La imposición de que sea la mujer la encargada de “sostener la unión familiar” genera la responsabilidad de hacer “todo”, para que el matrimonio no se fracture, comenzando por soportar humillaciones, golpes, infidelidades de pareja que ella “debería comprender” y revisar a conciencia ¿qué es lo que está haciendo mal?, para que el hombre la lastime o busque una amante.

La idealización del matrimonio como parte de la “realización de vida” de una mujer se siembra desde niña, a través de los juguetes, las niñas son esas princesas que serán “rescatadas por un príncipe” y su proyecto de vida se centra en encontrarlo, cuando esto sucede ¡se grita a los cuatro vientos!, a través de una “petición de mano” donde el hombre pedirá a tu padre “le seas entregada” y finalmente se sellará esa promesa ante el altar donde jurarás “amor y fidelidad eterna”.

No es que casarnos sea una mala idea, pero la forma en la que se nos inserta el valor del matrimonio como meta de idealización de la mujer y la carga de soportar cualquier violencia a costa de mantener esa unión de pareja, es justamente lo que denota el micromachismo.

Aunado a las costumbres que se inventaron para marcar a la mujer como la prometida y la esposa de un hombre, pues esta exigencia sembró “una ilusión” en las mujeres y ha hecho que metafóricamente traigamos un vestido de novia listo en la cajuela del coche o en el closet de casa, para esperar ansiosas el día que llegue el “valiente” varón que nos pida matrimonio, o bien, que nos lancemos en una lucha entere varias mujeres por “ganar el ramo” y ser las siguientes en contraer nupcias.

¡Mala madre!

Cuando la mujer es madre se le asigna una carga extra a la maternidad, sí que esta sea “perfecta”, esa exigencia está establecida por la sociedad, es quien define qué debemos considerar como parámetro de perfección.

Al respecto, se le hace creer a la mujer que cuenta con “súper poderes” naturales y que por esa razón no puede “fallar” de lo contrario es una “mala madre”.

La mujer debe amamantar al bebé sin importar aspectos biológicos o de salud, ella debe lograrlo, así que las grietas en el pezón son “cicatrices de amor”, pero no puedes perder tu “valentía”, además debe producir la suficiente leche para satisfacer al bebé porque de lo contrario no eres una mujer del todo “completa”.

Mientras las infancias crecen queda a cargo de la mujer, la vigilancia del cuidado de los hijos en todos sus aspectos y esta debe ser de calidad, comprar alimentos procesados, pañales desechables, no permitir que se enfermen –como si fuera tu culpa–, el que no pasen alguna materia, el que suban de peso, no sean muy sociables o lo sean demasiado, en fin, todo ello te hace “una mala madre”.

No solo la sociedad te sanciona de esa manera, sino que las mismas mujeres se exigen esa “perfección”, hemos escuchado a nuestras amigas y madres cuestionarse ¿lo estaré haciendo bien?, nadie nace con instructivo, pero la sociedad impone estándares de calificación a los que como mujer eres sometida.

El sentir que no cubres las expectativas de una “buena madre” impacta en forma emocional en la mujer, cuando en realidad no hay reglas que deban ser calificadas para asignarle un valor a una mujer al maternar, existen muchas formas de hacerlo y la crianza debe ser responsable y compartida, aunado a que cuando los adolescentes comienzan a tomar decisiones, el camino trazado no dependerá más de lo que haga su mamá ni debe sentirse responsable de ello.

Como hemos visto, los micromachismos están inmersos en nuestro día a día, como parámetros comunes a los que nos debemos ajustar para cubrir expectativas que impone la sociedad como norma o regla de vida, limitando el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, sentimientos y forma en que quiere desarrollarse en la vida.

La única forma de romper los micromachismos es conociéndolos, atender a su origen y contrastarlos con el mundo actual y la necesidad de liberar a las mujeres de mitos, ideas preconcebidas y roles definidos desde antaño, que se viven como costumbre y que laceran no solo el cuerpo sino también el alma de la mujer día con día.

En el momento en que pongamos nombre a cada violencia por pequeña que parezca podremos comenzar a detenerlas, de lo contrario continuaremos conviviendo con ellas y situándolas como reglas de vida; su gravedad es justamente lo imperceptible al parecer como algo “común”, o bien como una “regla”, así como que se minimiza no solo su existencia sino el daño que causan a las mujeres a quienes creemos programadas o diseñadas naturalmente para soportarlos.

Hoy podemos analizar su origen y entender que no es una moda, no es una exageración, no es una locura, los micromachismos existen y son violencias reiteradas disfrazadas de costumbre el mito es que debemos soportarlos, la realidad es que continuamos exigiendo esos parámetros absurdos a la mujer, la expectativa es que juntos podamos anularlos.